Cuando nos preguntamos de qué estamos más orgullosos, pensamos en los mayores logros de nuestra vida: carrera, educación o relaciones. Lo que más me enorgullece es mi capacidad para compartir mi historia del VIH con otros y poder hacerlo me da una sensación de confianza y orgullo. Hace apenas una década, recibí un diagnóstico positivo para el VIH y en ese momento significó una sentencia de muerte. Un final inevitable y doloroso, junto con el estigma y el miedo a la discriminación.

Leer el artículo completo